Ellos me siguen ¿Y Vos?
martes, 1 de junio de 2010
chau - elsa bornemann
Viernes 9 de noviembre, siete de la tarde.
Hasta hace dos horas, yo era la niña de la alegría, la de los ojos transparentes y la sonrisa abierta para cada una de tus miradas. Ahora soy la niña de la tristeza. Me rondan los ángeles de la pena y de a ratos lloran conmigo, ayudándome a aplastar sobre la almohada este dolor que siento por primera vez, me había sentido barrilete, gaviota, jet, impulsada por un sentimiento distintos a todos.
¿A quién contarle ciertas cosas si no a mi diario?
Tendría que hablar con mamá, pero me da vergüenza. Por eso le dije que me había peleado con Sandra. No me hizo preguntas. Ella sabe que Sandra es mi mejor amiga; entendió entonces mis lágrimas y entendió que yo quisiera esconder la pena en mi propio cuarto. Le mentí. Me duele el engaño pero hoy no puedo confiarle lo que realmente me sucede. No puedo. Acaso me anime mañana o pasado... Porque...
¿Quién mejor que mamá para comprenderme? A ella le basta mirarme y... Casi podría asegurar que adivinó todo pero, siempre, dulce mamá, sabe encontrar el momento oportuno para hablarme. Y debe de haberse dado cuenta de que no era éste.
Acurrucada sobre los pies de la cama, la gata me espía como si quisiera maullarme:
-Yo te acompaño, Ingrid.
¿De modo que ésta es la tristeza? ¿De modo que es una mano helada que araña la garganta y baja teloncitos de niebla sobre los ojos? ¿De modo que es una lastimadora invisible? Hace dos horas me dijiste chau, Mariano, pero un chau diferente, no ése desganado y que estirábamos como un chicle para estar juntos un rato más cuando nos despedíamos cada tarde, al salir de la escuela. Tu chau de hoy significó que ya no vamos a ser amigos hasta la muerte. De repente, soplaste la llamita que yo creía que habíamos encendido entre los dos. Creía. Lo cierto es que sólo yo la había encendido. Y ahora también te digo chau y le digo chau a todo lo hermoso que vivimos a dúo.
Pero antes de despedirme voy a hacer una listita de las cosas que te dejo y otra de las que me llevo, aunque ya no te importen ni las unas ni las otras.
Te dejo:
-Los papelitos en los que te copié tantos versos, ésos de amor que escribía mi
mamá durante su adolescencia y que puso sobre mi mesa de luz, sin decirme nada, el día
en que cumplí los doce y le conté que me gustabas...
-El chocolate a medio terminar que quedó en un bolsillo de tu campera la última
vez que fuimos al cine. (¿Se habrá derretido, como tu cariño? ¿Harás un barquito para
otra chica, con su envoltorio anaranjado?)
-El dibujo sobre la pared de tu casa, ese pájaro de tiza que, decías, nos iba a
llevar volando alrededor del mundo el día en que fuéramos grandes...
-La ventana de ese rascacielos estilo cienciaficción que vimos en una revista
extranjera y desde donde íbamos a festejar, mi cabeza en tu hombro, la llegada del año
2000...
-Mi alegría, toda entera; no me queda ni una pizquita para mí.
Me llevo:
-La emoción del primer encuentro y el color de la siesta de primavera que nos
vigilaba entre los árboles del Jardín Botánico...
-La tibieza de tu mano en la mía cuando me la estrechabas con la excusa de que
soy una despistada para cruzar las avenidas “porque tengo que cuidarte, Ingrid; tanto te
cuesta entender los semáforos?”
-El anillito de doble hilera de canutillos, ése que enhebraron tus dedos y que
pusiste en uno de los míos cuando volvimos a vernos después de las vacaciones de
invierno...
Toda, toda esta tristeza porque es únicamente mía. Repaso una y otra vez los instantes que compartimos, Mariano.¿Qué pasó? ¿Es cierto que te vas de mi vida? ¿Es cierto que me vas a dejar sin lo celeste de tus miradas? ¿Qué hago, Mariano? ¿Es posible doblar los recuerdos queridos como pañuelos y olvidarlos en un cajón del placard? ¿Qué hago con tantos caracolitos como se quedarán prisioneros en la punta de mi lápiz, porque ya no volveré a dibujártelos? (Una por cada sonrisa tuya, te decía; uno por cada... ¿Los recordarás alguna vez?) ¿Y a quién le vas a decir “mi solcito” desde ahora en adelante? ¿Y a quién podré volver a decirle “el sol es tuyo” después de esta tristeza?
En tu patio ya estará anocheciendo y aunque el mismo atardecer cálido se está recostando sobre los balcones de mi casa, me parece que todo el frío se hubiera dado
cita aquí.
Domingo 11 de noviembre, cinco de la tarde.
Ayer a la noche no pude más y hablé con mamá. Le conté todo. Me escuchó atentamente. No sé cuánto tiempo lloré, abrazada a su dulzura. Después, me dijo que las personas son como pequeños países, pero que no existen guías de turismo para enseñarnos a recorrerlas, para conocerlas a fondo... Por
eso, a veces las sorpresas tristes, Mariano. Y otras, la alegría de encontrar territorios parecidos a los que nos imaginábamos... o hasta iguales a los que señalaban nuestros sueños...
Esta mañana, apenas me desperté, me trajo el desayuno a la cama. Para mimarme. Y debajo del plato de la mermelada me había escondido un sobre celeste, de ésos que ella solamente usa cuando tiene que escribirle una carta a alguien importante.
Lo abrí y encontré esos versos que pegué en mi diario y que yo misma hubiese escrito si fuera grande y pudiese expresarme como lo hace mamá.
Ya casi me los sé de memoria, Mariano, y acaso los copie y te los dé mañana, cuando te vea en la escuela. Dicen exactamente lo que siento. Parece una maga mi
mamá.
Romance del país que no conocí.
No conocí el paisito
De donde tú llegabas:
Lo busqué en cada mapa
Pero no figuraba.
Por eso, al ver tus ojos
Yo me lo imaginaba
Con un río celeste
Oleando en sus mañanas.
(¿Fue el río el que te puso
de agua la mirada
y esa manera dulce
de apoyarla en la nada?)
No conocí el paisito
De donde tú llegabas:
Por eso, al oír tu risa
Yo me lo dibujaba
Con una torre alta,
Henchida de campanas.
(¿Fue allí donde aprendiste
a alzar la carcajada
y ese modo de darla
sonora, larga, clara?)
No conocí el paisito
De donde tú llegabas.
Toqué tu piel y dije:
-Viene de donde se ama.
Por eso fui tu amiga:
De puro equivocada,
Que hoy sé que no habría río,
ni torre ni campanas...
Fuiste un sueño apenitas
Y era yo quien soñaba.
Tan sólo había tu pecho
Con la puerta cerrada,
Sin rincón de caricias,
Sin paloma anidada,
Sin lugar para un beso,
Sin luces ni guitarras.
Por eso no podías
Sentir que me hacías falta
Ni beber de a poquito
El color de mi lágrima.
Por eso no podías
Atarte a mis palabras,
La mitad, entre risas
Y la otra lloradas.
En vano tantos versos
De siesta amanzanada.
En vano tantos versos:
Mi silencio extrañabas.
Por eso ni siquiera
Decirme qué pasaba
En un día cualquiera
Me dejaste olvidada.
Qué triste es despedirte,
Pasajero de mi alma...
Tu recuerdo me sigue
Como un pájaro en llamas.
No podías quererme.
Hoy lo entiendo y me daña
Pero sé que es la vida
La que anuda o separa.
No conocí el paisito
Del que te despegabas
Ni tampoco tú el mío,
Coloreado de infancia.
¿A quién culpar entonces
de estas cosas que pasan?
Me llevo mi solcito:
Le sobra a esta nevada.
Mi última muñeca
Mira y no entiende nada.
Mi última inocencia
Es lágrima en la almohada.
Ya apago los reproches
Como apago mi lámpara
Mientras una certeza
Se enciende en madrugada:
No pudiste quererme.
Eso es todo. Qué lástima.
Ahora sí:
Chau, Mariano.
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